"En la medida en la que tenemos espacios culturales donde los protagonistas no pueden desplegar una actividad propagandística o comercial, eso tiene que ser respaldado por un poder público y eso es necesario, sino, no se podría mantener."

El jurista, político y melómano Francisco Sosa Wagner, reflexiona sobre la cultura a lo largo del tiempo y el incierto futuro que aguarda.

Francisco Sosa Wagner (10 de junio de 1946), jurista y escritor.

Francisco Sosa WagnerCatedrático en la Universidad de León. Diputado en el Parlamento europeo entre julio de 2009 y octubre de 2014.

Ha sido galardonado con el Premio Miguel Delibes por su novela Es indiferente llamarse Ernesto y con el Premio Café Bretón por Escenas históricas pero verdaderas. Otra novela, Hígado de oca a las uvas es una sátira sobre la especulación inmobiliaria.

Colabora en El Mundo, en La Nueva España y en el Blog Es público, y es autor de un millar de artículos costumbristas publicados bajo el título de Soserías, algunas recogidas en el libro Los juristas, las óperas y otras soserías. En Guindas en aguardiente cultiva un género cercano a las greguerías.

Nos embarcamos en una conversación de tarde con Don Francisco para reflexionar sobre la fuerte ligazón entre la cultura y el derecho, esos grandes hermanos separados al nacer, hablamos de la política y la cultura y del futuro de la industria cultural, comenzamos…

Usted nace en Villa Sanjurjo, del protectorado español en Marruecos y conecta de forma vital con la ciudad de Melilla, ¿Cómo recuerda su primer contacto con la cultura en esa niñez?

Gracia y desgracia del Imperio Romano GermánicoBueno, en mi casa mi padre era un médico humanista, por lo tanto yo tengo un contacto desde muy pequeño con la cultura, con los libros. Recuerdo leer mis primeros libros con seis, siete años. Se veían en mi casa muchos, menos la posibilidad de ir a un teatro que no había, pero un gran contacto con las liberarías.

Tengo el recuerdo en especial de una novela de dos franceses llamada, la vuelta al mundo de dos pilletes, los tebeos… eran mi alimento espiritual.

Por supuesto era un niño que jugaba, pero siempre con un gran vínculo con los libros, después me hice catedrático de derecho porque me di cuenta de que lo mío eran los libros.

En la actualidad vemos un problema educativo y estructural ya que la juventud y la cultura cada vez están mas separadas, ¿a cuanta distancia están ambas hoy en día?

Mi impresión cuando estaba de catedrático en activo, en las facultades de derecho es la siguiente: tenemos un grupo de estudiantes que nunca pasa de un quince por ciento que son personas muy interesantes, porque estudian muy bien, son inquietas y curiosas intelectualmente.

Después una gran mayoría mucho mas floja con un mínimo contacto con la cultura, nos les interesa lo que la cultura les ofrece. Ese quince por ciento al final acaba siendo el que tira de la sociedad en el futuro.

Ahora lo que si advierto, yo he viajado como conferenciante por toda España, siempre me gustaba hacerlo en tren, de ese viaje me tomaba unos quince minutos en dar una vuelta para ver al personal, la gran mayoría miraba al techo o al teléfono y leyendo un libro propiamente dicho un diez, quince por ciento.

El encuentro con el instrumento tradicional de la cultura que es el libro, muy poca gente.

Y eso tiene una influencia en la sociedad, la sociedad española está menos preparada y culturizada que por ejemplo la sociedad alemana.

Cuando nos hablas de tus alumnos, del interés de estudiantes de derecho por la cultura ¿Cuál es la relación de aquellos hermanos de los que hablamos, derecho y cultura?

Francisco Sosa WagnerEl derecho es una parte de la cultura, sin él no entenderíamos la sociedad, sin el derecho acabaríamos mordiéndonos el pescuezo, es un elemento de la cultura. Soy catedrático de derecho administrativo, el derecho público es la organización de la sociedad y varios de mis libros abordan el tema, fui analizando y estudiando los grandes juristas alemanes del siglo XIX y XX encajándoles en la sociedad que vivían, quería ver en ellos unas piezas de la sociedad, sus aficiones, las lecturas que hacían, las novelas que escribían, la música que escuchaban, la afición a la ópera, al teatro...

El derecho público es pieza fundamental de la cultura y quien no lo vea, conoce poco del derecho.

En los siglos XIX y XX, ¿cuál era la posibilidad de acceso a la ópera?

Era muy complicado acceder a la opera con los medios que había, debías ir a la sala o no había acceso, hoy en día podemos ver la opera desde nuestras casas.

Y hoy, uno de los motivos de la poca demanda cultural, ¿puede ser un elitismo de esta con la sociedad?

En Europa hemos visto una democratización de la ópera, vemos público muy variado y gente joven, eso es una realidad y lo mismo vale para el ballet o los conciertos y auditorios, tenemos un público muy variado y siempre minoritario, no es bueno ni malo, es así.

Y cuando dice, no es bueno ni malo, es así, ¿de qué forma podemos llegar a más público?

Tenemos otras manifestaciones humanas más sencillotas como el cine o el deporte sin necesidad de una formación para entenderlas.

La ópera o cultura no es elitista, se ve a todo tipo de personas en los auditorios.

La última vez que estuve en Ratisbona una ciudad a 150 km de Múnich, se veía unas reproducciones en pantalla en la plaza, eso proporcionaba que personas que no habían pagado puedan ver la ópera.

Usted perteneció al gobierno de Felipe González en los años ochenta, ¿qué percepción tenía la cultura de la política y viceversa en los años 80?

Es indiferente llamarse ErnestoTeníamos mucho debate y reuniones entre la juventud.

La vida cultural en la universidad se reduce, seguramente porque ya se habían conseguido con la democracia las reivindicaciones.

En los años ochenta gana Felipe González en una mayoría absolutísima y entró como secretario general técnico del ministerio de administraciones públicas del 82 al 87, después me marche, aburrido de aquel mundo.

Fueron años de mucho trabajo, en un lugar privilegiado, al ser el foco de pensamiento del ministerio, ayude al estado y el estado me ayudo a mí.

Los políticos, los altos cargos no estaban sensibilizados con la cultura, y había una gran oferta cultural en Madrid que yo aproveche, ya entonces me enganche a mi pasión, la ópera. Alguna de las personas nos gustaba, pero como siempre con carácter minoritario, lo que más se seguían eran los partidos de fútbol, los partidos del siglo de forma semanal. El estado quedaba paralizado a la espera de los goles.

Siempre la alta cultura, el contacto, el acudir al teatro, ballet bueno todo eso siempre fue minoritario.

Estudié en la universidad alemana de Turinga, allí la mensa que era el comedor universitario pues en la mensa algunos días del mes llegaban los libreros y establecían sus tenderetes, podías comprar libros por cantidades ridículas, dentro del comedor de la universidad, jamás lo vi en España.

¿Y en la actualidad que les pasa a la cultura y la política?

La clase política española no tiene sensibilidad por la cultura, al último que recuerdo en la ópera es a Zapatero y porque su mujer cantaba en el coro, ninguno de nuestros presidentes va al teatro, opera o a ningún acto cultural.

Esta gente está obligada a ir, les guste o no, sin embargo, si pueden irse al quinto carajo a ver un partido de baloncesto no se lo pierden.

En la república, Azaña era un escritor y conocedor del teatro, aun así, seguía siendo minoritaria la presencia de los políticos en la cultura, de la misma forma que ahora.

Es altamente censurable ya que demuestran la insensibilidad con la cultura, va en el sueldo ir a estas manifestaciones, porque son el ejemplo que la gente ve, daría foco a estos actos y la gente sabría más de la cultura.

Y todo esto, ¿es un reflejo de la sociedad?

Sin duda lo es, pero quiero pensar que la sociedad es mejor que nuestros políticos porque si no estamos arreglados (ríe).

Francisco Sosa Wagner 2

 Francisco Sosa Wagner

Y dejando fuera a los políticos, el estado ¿Qué importancia tiene la intervención del estado, entendida como el compromiso mutuo con la cultura en la actualidad?

La veo absolutamente necesaria siempre que se respete la libertad del autor y el artista, si se utiliza para coartar la libertad me parece mal, la presencia del estado y la promoción de este en la cultura es indispensable.

La opera como ejemplo, todo el gasto es enorme, esas personas no aparecen en público con anuncios, si se ven anuncios están en lugares determinados, un cantante o director de orquesta nunca lo lleva.

En la medida en la que tenemos espacios culturales donde los protagonistas no pueden desplegar una actividad propagandística o comercial, eso tiene que se respaldado por un poder público y eso es necesario, sino, no se podría mantener. 

La entrada es muy cara, pero cuesta mas del doble de lo que se cobran.

Hablando de entradas, precios y de la rabiosa actualidad del COVID, la cultura siempre sobrevive, pero ¿y la supervivencia de la industria de la cultura?

Guindas en aguardienteSe va a tener que transformar, el teatro de Múnich por ejemplo- al que mi mujer y yo íbamos a acudir- te permite la devolución del dinero, canjear más adelante hasta 2023 o donar al teatro el dinero de las entradas.

Espero poder volver en 2021 para disfrutar de los teatros.

Las orquestas que mueven una gran cantidad de personas, cien instrumentistas, mover eso es un dineral y esto está cambiando, no solo por el dinero si no por el punto de vista medioambiental, se están cambiando muchas cosas y todo va a influir.

Y como última pregunta con la que le molesto, ¿ultima opera sentado en la butaca?

Un Don Juan es Stuttgart es la última opera que he visto.

En casa la oferta a través de la televisión, los grandes teatros de Nueva York, Madrid, Milán…siguen ofreciendo ver sus espectáculos enlatados de forma digital.

La oferta que tenemos en las casas cada vez es más amplia, la posibilidad de hacerlo presencial se ha roto, es una pequeña desgracia.

No solo por ver el espectáculo, si no la ciudad, la temporada primaveral u otoñal del lugar.


Entrevista realizada por Gabriel Raposo Sainz, alumno de los cursos Periodismo y Comunicación Cultural y Técnico en Gestión Cultural de IGECA